14ª - EL YO EN EL HAIKU-


Ame no furu
hi wa aware nari
Ryôkan-bo

あめのふる日はあはれなり良寛坊

Los días de lluvia
el monje Ryôkan acaba
profundamente emocionado



Nos queda saber si en el haiku alguna vez aparece el nombre propio del haijin y, en caso que sea así, qué consecuencias pueda tener. Conocemos, al menos, dos haikus en los que ocurre:



Ame no furu
hi wa aware nari
Ryôkan-bo

あめのふる日はあはれなり良寛坊 RYÔKAN

Los días de lluvia
el monje Ryôkan acaba
profundamente emocionado



El nombre propio del poeta es hasta tal punto un intruso en un haiku que puede llegar a hacerlo intolerable por completo. De hecho, obsérvese cómo el haiku que antecede ha dejado de enfocar el asombro hacia “los días de lluvia” y lo ha dirigido hacia el propio monje. Lo impresionante no son los días de lluvia, sino que en ellos el monje Ryôkan acabe profundamente emocionado (aware nari).

El término aware que aparece en el haiku merece una explicación aparte, que no será digresión, puesto que al final vamos a negar que en este haiku Ryôkan lo haya sentido de verdad. El aware es, según la mayoría de los entendidos en literatura japonesa, la clave de la sensibilidad nacional. Hasta que Motoori Norinaga lo devolviese a su pureza original, mono no aware venía traduciéndose “el lamento de las cosas” y se entendía desde una óptica budista. Norinaga nos enseñó que lo que en origen producía aware al japonés no era necesariamente un sentir la belleza del mundo como algo efímero sino cualquier clase de emoción que lo exterior provocase en nosotros, con tal de que ésta tuviese la fuerza suficiente. Lo que tiene aware es lo que nos impacta hondamente porque está ahí, porque ha llegado a ser y su existencia ha reclamado nuestra atención. Su existencia nos impacta por sí misma, y no es porque su muerte más o menos cercana nos apene. La palabra aware, que corona muchos poemas japoneses en forma de aware kana (“¡Qué aware me produce!”), podría entenderse como una referencia al “yo” del poeta si no fuera porque jamás nos mueve al aware un gusto nuestro particular por algo. Lo que nos produce aware es lo que se lo causaría a cualquier miembro de la especie humana que estuviera presente. Así, decir aware no puede interpretarse como “¡qué sensible soy!” sino más bien como “¡qué suerte he tenido de estar presente!”.




Dejamos el aware, y continuamos con el tema que nos ocupa: ¿puede aparecer el nombre del poeta en su haiku y qué consecuencias tiene? Veamos un segundo ejemplo:

Aki no kaze
Issa kokoro ni
omou yô

秋の風一茶心に思ふやう ISSA

Viento de otoño…
¡Cuántas cosas pesan
en el corazón de Issa..!


Comprobamos que la consecuencia de la aparición del nombre propio del poeta en este haiku es idéntica que en el caso anterior. El viento de otoño pasa a ser paisaje de fondo y es el corazón de Issa el que se enfoca en primer plano; un corazón que conoce toda suerte de penas y cavilaciones (una mujer y cuatro hijos muertos…), y que a nosotros nos está conmoviendo ahora más que el viento de otoño. No hay nada que hacer: si aparece el nombre del poeta, cualquier esperanza de haber escrito algo transparente se volatiliza; la realidad se vuelve opaca cuando nos enseñoreamos de nuestro haiku con algo tan tremendo como nuestro propio nombre. Un haiku con un nombre propio ya es difícil que levante el vuelo, pero si además es el del mismo haijin entonces deja de ser un poema para volverse una piedra. Aunque sea una piedra preciosa.

En resumen, y para concluir respecto al tema del “yo” en el haiku (sea que aparezca como nombre propio, con posesivos o pronombres personales, o que se deduzca por el sentido que el poeta habla de sí mismo), declararemos que cuanto menos aparezca mejor.

Hemos comprobado que hay en ocasiones en que se permite su inclusión en el haiku, sea porque la emoción de la que se habla es tan fuerte que no puede comprenderse sin hacer referencia al “yo” que la soporta, o ya sea porque ese “yo” es sólo una excusa para hablar de lo exterior. Lo que es fundamental es darse cuenta de que en la poesía del haiku lo que importa es lo que está fuera del hombre y no lo que sucede dentro. No interesa lo que evoca en el haijin un instante del mundo natural tanto como una fiel reproducción del mismo. El poeta es necesario, porque es el que capta el momento del desenvolverse del universo y lo plasma en su obra de arte. Pero el instrumento no puede transformarse en el objeto de su trabajo. El lápiz no debe escribir sobre el lápiz. De lo contrario, seremos condenados a decirnos perpetuamente a nosotros mismos, a hablar de nuestros sentimientos, a hacer saber al mundo que estamos amando o nos sentimos solos, o abandonados. Si no sabemos acallar nuestro mundo interior permaneceremos ajenos a la realidad que nos circunda, con sólo conexiones eventuales con el mundo y –por consiguiente- poco significativas, como la mente enferma que ve una película y apenas puede encontrar una lógica en la misma porque no ha podido dejar de mezclar las escenas que ha visto con otras escenas que la película le evocó. Desde el punto de vista del haiku, los occidentales somos mentes enfermas que no podemos atender plenamente al
mundo. Nuestra realidad psicológica compleja nos hace necesariamente desatender lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Porque cualquier sensación exterior reverbera en nuestro interior y solivianta recuerdos, anhelos, miedos, frustraciones..., de modo que lo evocado por lo que hemos percibido hace unos instantes nos ha distraído durante un lapso de tiempo y al final ha terminado confundiéndose con lo que acabamos de percibir. Trenzamos de un modo confuso lo que está sucediendo con la experiencia del mundo que llevamos a cuestas, y eso nos impide estar en presente. El interior del hombre occidental es una caja de resonancia. La educación japonesa trata de acolchar el interior del ser humano, de no dejar que se nos desarrolle un mundo psicológico complejo que nos aparte de la sensación directa y continua de nuestro exterior. En Japón el “yo” del hombre es aquello con lo que se percibe el mundo, mientras que para nosotros el “yo” es todo ese mundo psicológico sutil que se ha ido generando en nuestro interior. En Japón –en realidad, en el Japón tradicional- el “yo” es la unificación de los sentidos corporales, y en Occidente el “yo” es eso que se ha definido en nosotros frente al mundo.



EL POETA SE DEFINE EN EL HAIKU


Mizu ni kage aru
tabibito dearu

水に影ある旅人である

En el agua hay un reflejo
Es alguien que va de viaje


¿Y definirse un poeta en su haiku? ¿Podría un haijin decir al mundo cómo se ve a sí mismo y usar para ello el haiku?

Sabemos que, por ejemplo, Bashô escribió:


Tabibito to
waga na yoberu
hatsu-shigure

旅人と我名よばれん初しぐれ BASHÔ

“El viajero”,
así seré llamado
Primer chubasco invernal



Haiku bastante mediocre éste de Bashô que –sin embargo- llevó a Santôka a escribir uno genial:



Mizu ni kage aru
tabibito dearu

水に影ある旅人である SANTÔKA

En el agua hay un reflejo
Es alguien que va de viaje



El reflejo que Santôka ve en agua es -aunque no se diga expresamente- el suyo propio; es él quien va de viaje. Mira su imagen, sin embargo, como la de alguien ajeno. Se ve a sí mismo desde fuera. No se reconoce. Se sorprende de lo que ha llegado a ser con el tiempo: un hombre cuya única identidad es el hecho de estar viajando. Somos lo que hacemos. Habría que repetir tres veces esta última frase, como hacen los árabes, para que se sepa que es verdad. Pero sin tono grandilocuente, sin pesantez, sin gravedad. Fiel a la levedad del haiku que soporta este comentario. Un haiku frágil que comienza con la expresión “un reflejo en el agua” (mizu ni kage aru). Santôka nos está queriendo decir: “Soy sólo un reflejo, una imagen, una forma de agua en el agua”. En este instante, su haiku se dota hábilmente del valor poético que tiene en Japón la imagen, el reflejo, la sombra…, todo aquello que se mueve sin estar vivo. Todo aquello que desafía con su movimiento nuestra torpe clasificación “animado” (que tiene alma) – “inanimado” (que no tiene alma). Un reflejo se mueve y sin embargo decimos de él que no tiene vida, que no está habitado por un alma. En este haiku, Santôka nos hace entender que en esa imagen sobre la superficie del agua está viendo su alma. Que su alma flota sobre el agua.

Y aún hay más. Considerando que la cesura de los versos ha sido un artificio del traductor para no perderse en la pura polisemia, este haiku tiene una mayor profundidad de sentido: Ese hombre que va de viaje, cuya imagen se refleja en el agua, no es uno cualquiera. Es un hombre que oculta un pasado, que viaja para olvidar su memoria de lo vivido. Una primera lectura –convencional- nos hace establecer las cesuras de los versos separando artificialmente kage aru (“hay un reflejo”) de tabibito (“viajero”). Pero no podemos olvidar que en el original los versos no están divididos y que la simple pronunciación de las palabras hace que resuenen unas en otras tiñéndose de sentido aquellas que están más próximas, como si fueran un arco iris de colores que van graduándose lentamente.

Hay, pues, una doble legítima lectura de las palabras kage aru tabibito, ya que kage puede significar tanto “reflejo, imagen” como “sombra”. Sentimos que el viajero de que se nos habla es “un hombre con sombras en su pasado” (kage ga aru hito). Lo que contempla Santôka, como si saliera de sí mismo para verse, es la imagen de alguien que viaja interminablemente arrastrando un lastre: ese pasado que ahora se ve en imagen pesar ingrávido sobre el agua.

En conclusión, esto de definirse a sí mismo un poeta en su haiku…, ¿puede hacerse o no? De hecho, se hace. En ocasiones puntuales poetas muy excepcionales –Shiki, Bashô, Santôka…- lo han hecho. La mayor parte de estas veces, su haiku no podrá considerarse un “haiku de lo sagrado”; pero sí puede llegar a ser un buen haiku, o incluso un haiku magistral. La vida -y el haiku trata precisamente de eso- es incontrolable. De esto nos damos cuenta en seguida.