15ª -EL AMOR NO TIENE CABIDA EN EL HAIKU. V. HAYA-

Toratsugumi
koibumi
hitotsu hitotsu mosu


とらつぐみ恋文ひとつひとつ燃す  

Canta un toratsugumi,
mientras yo quemo una a una
las cartas de amor


Sin embargo, el hecho de tener un “eje” más o menos centrado, por sí sólo, no justifica un haiku. Usemos para ejemplificarlo un shirôto no haiku, un haiku casual, escrito por alguien que no se dedica “profesionalmente” a ello:



Toratsugumi
koibumi
hitotsu hitotsu mosu

とらつぐみ恋文ひとつひとつ燃す   ÔISHI ETSUKO

Canta un toratsugumi,
mientras yo quemo una a una
las cartas de amor


De acuerdo, el “eje” de este haiku, la palabra que está sosteniéndolo, es koibumi (“carta de amor”) y aparece en el verso central del mismo (ya establezcamos una cesura convencional 5-7-5 o la cesura con más sentido 5-4-8). Pero hay muchas otras cuestiones a considerar para valorar un haiku. Veamos qué es lo que en él se nos cuenta:

La poetisa ha ido al bosque, alejándose de la ciudad, para quemar allí las cartas de un falso amor. Sabemos que estamos en verano porque el toratsugumi es “palabra estacional” [kigo] que hace referencia a dicho momento del año. Los lugares donde canta el toratsugumi están lejos de las ciudades; en bosques espesos. Este haiku nos evoca un largo viaje de una mujer con el corazón roto y una sola intención: limpiarse de un desamor en el seno de la Naturaleza mediante un acto ritual de quemar una a una esas palabras que antes daban sentido a su vida. Justo en el momento de desembarazarse de todo ese peso que lleva dentro, canta un toratsugumi. Estos son los elementos que han entrado en el haiku: el verano húmedo de Japón, un bosque, un pequeño fuego a cielo descubierto, un pájaro de colores veteados -negros y blancos-, y una mujer que se ha tomado la molestia de irse tan lejos como ha podido sólo para hacer con plena conciencia lo que está haciendo: quemar cartas de amor.

A pesar de que hemos podido imaginar la escena (lo cual sólo ocurre cuando están completos”, cuando poseen todos sus elementos internos), no es un buen haiku a nuestro juicio. La razón es que el peso del sentimiento de la autora es mayor que el de ningún asombro de nada que ocurriera en la Naturaleza, en este caso, el canto del toratsugumi. Ni siquiera porque el haiku comience con el nombre de ese pájaro (evocando su canto), dejamos de ver como protagonista del mismo el corazón destrozado de la autora. Esto no es un haiku como debería ser. Podría ser un waka (estrofa 5-7-5-7-7 que trata preferentemente de tema amoroso) sin que tuviéramos el menor óbice y se habría tenido ocasión, además, de añadirle catorce sílabas.

Sumamos un poco más de crítica a la crítica, con fines exclusivamente pedagógicos: No es sólo que este haiku hable de amor y que no presente ningún asombro natural, sino que la autora instrumentaliza la Naturaleza misma como escenografía de unos sentimientos suyos que ocupan el centro del universo. El bosque es un lugar donde quemar cartas de amor, y un pajaro de los alrededores está ahí para llorar con ella. La cultura popular nos dice que el toratsugumi es de canto triste, al contrario que el del uguisu, pero es pura convención social. Es cierto que para los japoneses el toratsugumi tiene toda una carga cultural que no contribuye en nada a que escuchen inocentemente su canto. Hay un fantasma célebre en la mitología japonesa llamado nu-e cuya voz se dice que se parece al toratsugumi; quizá por eso Minamoto no Yorimasa en la era Heian ordenó matanzas masivas de este ave, consiguiendo casi hacer desaparecer esta especie. Entre los japoneses se afirma que su clásico jî-jiô, “al recordarnos al viento, nos hace sentir vulnerables”. Que cante por la noche, en los días nublados o en las ruinas de los templos abandonados juega a favor de quien lo tiene como presagio de algo malo. ¿Nos quiere decir la autora que va suicidarse, o que intuye que la pena va a acabar con ella? Podría ser. Aunque, en realidad, los pájaros no están para dar un tono sombrío a ninguna escena natural ni mucho menos para presagiar la muerte de los enamorados.

El meterse en una cultura a fondo para ver las implicaciones de los elementos poéticos que se han usado en un haiku y ayudar a comprenderlos es lícito. Pero hay que vigilar que el exceso de erudición no nos haga darle valor a lo que no lo tiene. Un auténtico poeta de haiku debería haber estado más protegido contra las connotaciones culturales del canto de ese pájaro. Para un niño, como para un poeta de haiku, el toratsugumi es simplemente un pájaro que canta, y no desde luego para servir de “banda sonora” a una poetisa que se duele por amor.